miércoles, 26 de octubre de 2016

Editorial #24 - 12 de Octubre de 2016


Dicen que quien no se mueve no siente las cadenas. Las mujeres nos movemos, nos organizamos y nos encontramos. Una vez al año, en un solo lugar. El encuentro nacional. El encuentro de todas las mujeres que quieran habitarlo. Para sentir las cadenas que nos retienen. No a cada una, sino a todas. Porque mujer no hay una sola, somos muchas y diversas. Pero en un punto nuestros relatos son capaces de unirse en una sola voz.
Ninguna palabra puede expresar completamente la experiencia de sentirse mujer entre todas esas mujeres. Como si de repente, en esos días, recordáramos nuestra verdadera esencia, en el reflejo de las otras verdaderas.  
El encuentro late. Por las calles, por los aires y en su corazón: los talleres. El espacio que da la palabra a cada una y el derecho a ser oídas. De consensuar, de manifestar, de proponer y de generar acción.
El espacio que nos permite expresar lo que nos falta, lo que nos han arrebatado, los derechos vulnerados y la impotencia de existir en el patriarcado. El feminismo en su máxima expresión: la capacidad de demostrar carencias y que ellas sean receptadas por otras. La sororidad.
Son los lazos feministas los que sostienen el encuentro después de 31 años. Son las señales de la urgencia de pensarnos en un feminismo mixto. De empezar a crear esa sociedad que habilite también a los hombres a expresar sus propias carencias y establecer sobre ellas lazos fraternales.
Es ese feminismo que también es disidente y popular, porque pelea por la libertad de todas las personas. Mujeres, hombres y demás identidades autopercibidas. Migrantes, presas, trabajadoras precarizadas, prostituidas, esclavas, violentadas…
Esa libertad real, a la que solo un feminismo de estas características nos puede llevar: la libertad de SER, como sea que queremos. Intensamente vivas. Donde sea que estemos, con quien sea que estemos, en cualquier situación. Es el feminismo activo por la paz y bienestar de toda la sociedad que se mueve y en su camino eleva.
Y marchamos. Salimos todas juntas a la calle y el encuentro late, ahora más fuerte que nunca. 43 cuadras. 70.000 mujeres. Y la experiencia atraviesa los cuerpos. Nos recordamos y les recordamos que estamos ahí porque estamos dispuestas a cambiar las cosas. Porque no queremos más mujeres desaparecidas para ser prostituidas, ni muertas, ni presas por ser pobres y abortar clandestinamente, porque no queremos más violencia y abusos médicos, mas violaciones, no queremos cobrar menores salarios por el simple hecho de tener ovarios, porque queremos cupos igualitarios para el acceso a los cargos y empleos y queremos que nos respeten, cualquiera sea la vida que elijamos.
Siete balas de goma y nos callaron. Silenciaron los reclamos y al periodismo atestiguando. Por un rato. Mientras tanto, desde otro lado, los hegemónicos medios celebraron los episodios y alimentaron con el morbo el inconsciente colectivo. “Algo habrán hecho”, “no quieren ser mujeres”, “destruyeron Rosario”, “son las feminazis”.
Y una se vuelve a casa como si tuviese que dar explicaciones. Consecuencia de los fenómenos de masas, de la culpa que hasta hoy no hemos podido sacarnos de encima, pero sobretodo, de la vieja estrategia de culpabilizar a la víctima.
Pero una sabe que el feminismo que embandera no es ese del que se habla. El feminismo que genera redes de solidaridad, que repudia toda forma de dominación y violencia, que cuida, protege y cuando enlaza lo hace de raíz y se vincula profundamente. Ese feminismo que inevitablemente enamora.
No vamos a retroceder. Somos las mismas brujas que no pudieron quemar, las historias borradas de la historia oficial, las del trabajo silencioso, las que encerraron de la cama a la cocina. Somos las mujeres valientes, las que se mueven y sienten las cadenas y que poco a poco las quiebran. Y que ahora estamos Juntas. Más que Nunca. Y nuestras voces se oyen y nuestros pasos se sienten.

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