lunes, 12 de septiembre de 2016

Editorial #18 - 31 de Agosto de 2016

Mi vida pasa por el aborto, le esribo a una amiga. Qué paradoja, murmuro. Desde que tengo el celular mis días se suceden entre protocolas y miradas compulsivas al aparatejo azul y negro cada diez exactos minutos para chequear la señal y el color de la pantalla, de negro a vibrante azul es una llamada entrante, si el fondo se torna gris se convierte  en reloj analógico.
Unos cinco días entre sueños entrecortados sobre semanas de gestación, mensajes desesperados mezclados con una voz tranquila que exclama muy firme que aborta porque quiere y llamadas a médicas que desafían a la corporación mientras de guardia dan indicaciones puntillosas para socorristas primerizas.
Y cada vez que me acuesto para dormir la siesta suena el teléfono, ¿será la ley de Murphy? Más bien me convenzo que es la ley de las mujeres, la ley de nuestra vida, que escribimos con ese llamado que suena a las cuatro de la tarde cuando yo acabo de conciliar el sueño. Las mujeres abortamos aunque el Mundial inunde los titulares de los diarios y también acompañamos aunque no haya actividad posible que pueda pactarse para el partido contra Nigeria. Y como algunas cuantas somos también futboleras disfrutamos de la picada con la cerveza en una mano y el aparatejo en la otra, mientras aprovechamos el entretiempo para llamar a una socorrida.
No solo festejo el triunfo de Argentina. Festejo que la maternidad sea elegida. Porque en este menjunje de sensaciones que es mi sentir recuerdo mi clase de yoga y la voz calma que dice "a mayor tensión mayor relajación" y pienso si hay mejor ejemplo que ese primer shock al ver las dos rayitas que finaliza entre blister, decisión consumada y alivio.
Abortar los miedos y los mitos para delinear la propia vida, sola, acompañada, trabajadora, estudiante o ama de casa, con hijxs, sin hijxs, en fin, tomar las riendas, darles un sacudón, y redoblar la apuesta, no sólo afirmar mi cuerpo es mío, sino también soy artesana de mi vida y el destino que construyo, planeo, moldeo, borro, maldigo y desdigo. Porque siento cómo las voces de quienes deciden por ellas mismas y su vida futura, que es afirmación presente, transitan la línea telefónica que sostengo y porque acompaño el deseo como forma de vida. Me convenzo de mi frase inicial. Abortar es dar vida.

"Ser Socorrista primeriza", Paula Satta (Consejería Decidimos La Plata, 24/09/2014)

Tenía 17 recíen cumplidos. Mi amiga 16. Teníamos los mil pesos de esa época provistos por un conocido que no era su padre y menos, quería ser abuelo. Teníamos el dato que nos había pasado el ginecólogo de la mansión del pueblo del Gran Buenos Aires donde crecíamos. Era una casa quinta medio abandonada en las afueras de una ciudad vecina. Fuimos en el Fiat 600 blanco de mi madre sin registro de conducir que yo había conseguido prestado por unas horas con alguna mentira piadosa. Llegamos temprano a la cita hablando de otra cosa. Ninguno de los dos sabíamos a dónde nos estábamos metiendo, tampoco con quién íbamos a encontrarnos al otro lado de la puerta. La casa n o era de lo más limpia ni de lo más ordenada que se pueda esperar para este tipo de prácticas. Nos recibieron dos personas vestidas de particular, nos saludaron con la mano, contaron el dinero y se fueron con ella para las habitaciones. Me senté en un living de mal gusto y cortinas herméticamente cerradas donde me habían dicho que podía esperar ojeando unos diarios viejos y mirando la puerta de salida. Pero necesité salir. No recuerdo cuánto tiempo estuve caminando por el jardín tratando de pensar lindo mientras me escondía de la mirada inquisidora de los vecinos. No era época de celulares como para pasar el rato con la música o llamar a alguien por cualquier cosa. Y la trajeron en brazos, dormida, me ayudaron a sentarla o acostarla en el asiento de atrás. De ahí a dar vueltas en un auto que recalentaba haciendo tiempo para que balbucee sus primeras palabras para saber que estaba bien pero aún media débil, dejarla en la puerta de su casa como si nada. Y hasta mañana y después hablamos. Pero de eso, de esa tarde, no se habló más.
20 años después vivo en la Cordillera de los Andes. Una francesa de 24 años está embarazada en medio de un viaje mochileando por Latinoamérica. Sorpresa para una nacida y cridada con aborto en el sistema de seguridad social, se desayuna con la ecografista de la ilegalidad de la práctica. Y el viaje ya no importaba tanto. Siempre quedaba volver a casa o Guyana a practicarlo. La dueña del camping fue una de las que había prometido averiguar, pero el dato estaba desactualidzaodo. DE lejos un changa podando una enredadera le chista. Previa disculpa por haber escuchado, le pasa el cel que turnamos. Al día siguiente nos encontramos en una parada de colectivo. Habla muy poco español pero tra a su amiga que se defiende. Le cuento del misoprostol y de socorristas en red y con lágrimas en los ojos me pide que necesita pensarlo. Al otro día estaba lista para hacerlo. Tenía un celular prestado para estar comunicados y una habitación reservada en un hostel frente a la guardia del hospital en el país del aborto clandestino. Es sábado 8 de marzo. Estoy en la plaza con una mesita y unos pañuelos verdes mensaje va, menjaje viene. Escribe mezclando ¡idiomas. Duda que esté yendo bien, tiene poco sangrado y casi nada de dolor y la remata que si no funciona se mata. La llamo varias veces, no atiende. Intento vía sms que se tranquilice, que estamos a tiempo para repetirlo. Esa noche fue larga para mí y no pude ubicarla. Al otro día llama la amiga, dice que no pudieron reconocer la expulsión del saco en la palnagan y fue casi nada el sangrado. Hablamos de repetir la dosis de ser necesario y que esto que empezamos lo terminamos juntxs. Pero el lunes recibo un claro mensaje de caritas felices. OLa ecografía dio el okei ttan esperado. Me citó en un bar. Era otra. Le llevé de regalo un folleto de métodos anticonceptivos que le dibujó la sonrisa y brindamos por su viaje con varias pintas de cerveza roja.
Por ellas y por todxs lxs que ocupamos el agujero del mientras tanto el aborto sea en el hospital.-

"20 años después", Socorro Rosa El Bolsón, Río Negro 17/06/2014

Estos relatos forman parte del libro “Entre ellas y nosotras: los abortos”. Una recopilación de experiencias, de relatos escritos en primera persona, de historias que forman parte de nuestra cotidianidad. De cada uno de los abortos, que forman parte de nuestra vida.

En Código de Radio creemos en la importancia de una maternidad elegida y, por ende, en el acceso universal a métodos anticonceptivos. Creemos en la salud sexual y reproductiva como un derecho humano, y por ende, en que el Estado debe ser garante de tal derecho. Pero mientras tanto, acompañamos las experiencias que se extienden a lo largo del país, enmarcadas en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, para garantizar estos derechos a todas las mujeres.

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