1. Se despertó aturdido. No entendía qué pasaba: sentía la cabeza mojada, y que algo le chorreaba por la frente. Se tocó y se miró la mano. Vio sangre. Se volvió a desmayar.
Minutos después volvió en sí, se incorporó más o menos, y logró ubicarse en tiempo y espacio: estaba en su almacén, debía ser de noche porque las luces de afuera estaban prendidas. Le dolía la cabeza y llamó desde su celular -que no era lo que buscaban-, al 911.
Sabía que no habían pasado más que unos minutos desde que esas cuatro personas, bien trajeadas y en un auto caro -que no parecían chorros, la verdad- entraran a su negocio para, a punta de pistola, pedirle “la guita”.
Alguien debió saber que había cobrado esa indemnización, pensó. Alguien lo había entregado. Los minutos pasaron y pasaron, perdió la cuenta de cuántos. Media hora después llegó un patrullero. Con pocas ganas, los agentes lo ayudaron a incorporarse, y luego de hacerle un par de preguntas vagas, le ofrecieron llevarlo al hospital. El lugar iba a quedar solo hasta que llegara su hermano, pero no pudo resistir mucho más y tuvo que ser llevado al hospital.
Días después, ya más recuperado, volvió a trabajar, pero preocupado por cosas que no le cerraban: quienes le tomaron declaración no le prestaron mucha atención a la descripción que les hizo del auto, ni de las personas que entraron. Tampoco se llevaron las imágenes que la cámara de seguridad había tomado. La verdad, recordó que parecían más interesados en irse rápido que en buscar a quienes lo habían asaltado.-
Semanas después, ante la “falta de elementos que permitan acreditar la autoría del delito”, la causa se archivó. Nunca se resolverá.
2. Iba siempre a ese Supermercado, que, según decían, era de los más baratos de toda la zona. Compró bastante menos que lo que venía comprando últimamente, con lo que están las cosas, pero lo suficiente para tirar toda la semana. Y hasta pudo comprar un rico tinto para el sábado. A pesar de que llegar a fin de mes, en los últimos meses, se hacía cuesta arriba, de esos gustitos no se querían privar. Después de todo, laburar los dos todo el día, ir a casa sólo para dormir... ¡Si no se puede comprar un vinito para el fin de semana!
Pagó, y enfiló hacia la puerta de salida. Al traspasarla, esa bocinita ruidosa y penetrante hizo que todas las miradas del lugar se dirigiesen hacia ella. Su cara parecía una manzana, como de propaganda, de lo roja que estaba.
Se acercaron el Jefe de Seguridad -con cara de pocos amigos- y un joven policía -¿que tendría, 18, 19 años?-. Con malos modos le preguntaron qué se llevaba. De nada sirvió explicar que iba siempre, que no se estaba llevando nada, que debía ser un malentendido. ¿No me ven, no? No soy es como esas mecheras, que casi siempre son gitanas.
La invitaron a una oficinita oscura, le dijeron que si no lo resolvían ahí iban a tener que llamar al Fiscal. Le exigieron que abriera su cartera. Intentó una última resistencia, pero fue en vano. Al abrir ese bolso se sintió desnuda, expuesta, controlada, vulnerada.
No importaba que no tuviese nada “comprometedor”, menos que menos mercadería del Super. De nada la consolaron los pedidos de disculpas -”esa máquina de porquería anda mal, pero bueno, disculpenos Señora, es nuestro trabajo”-. ¿Qué derecho tenían a abrirle su cartera esos dos? ¿Quién los controla? ¿Quién le pone límites a este accionar?
3. Cuando sonó su teléfono celular supo que algo andaba mal. Era raro que la llamasen cuando estaba en el trabajo -turnos de siete de la tarde hasta las 6-7 de la mañana, como enfermera contratada. Había dejado que Javier se quedase con los amigos -son todos chicos buenos, sanos, a los que les gusta andar en skate- y le sorprendió el llamado de esa voz fría y distante que le decía que “tenía que ir a buscar a Javier a la comisaría”. Tuvo que discutir con su supervisora para poder irse -no podía decirle que su hijo estaba preso-, pero salió inmediatamente.
Al llegar a la Comisaría, lo vio a Javier ahí, a un costado, cabeza mirando al suelo. Si bien la hicieron esperar un buen rato, le explicaron con toda amabilidad que Javier estaba ahí porque no tenía su documento, que le pidieron por los llamados de esos vecinos temerosos que lo habían visto, así vestido, en esa zona tan cara. Le dijeron que tenían que corroborar la identidad, y que por eso se lo habían llevado. Que no le quedaban antecedentes ni nada, que no se preocupase. Averiguación de identidad, nomás.-
Ella se indignó, que cómo puede ser que actúen así. Que no puede ser que se lleven a un pibe de la nada, que sólo por la ropa que tiene y un par de vecinos botones que llaman al 911. Ellos le dijeron que habían actuado dentro de la ley, y que la disculpen, que tenían que seguir trabajando.
Salieron juntos, ella abrazándolo, contenta de tenerlo al lado, pero preocupada. Él le contó que estaban caminando con los chicos, camino a lo de Fede, que vive cerca del shopping nuevo, y que los paró un patrullero, de la nada. Que les gritaron. Que los hicieron poner contra la pared. Que no le habían pegado, pero que les dijeron que “así vestidos” no podían andar por ahí. Que los tuvieron dando vueltas en el patrullero. Que después le pidieron los documentos y no, no los tenía…
4. Historias como éstas se repiten cotidianamente. Comparten entre sí el accionar arbitrario, ilegítimo, ilegal e ineficiente por parte de las fuerzas policiales; y la vulneración de los derechos y garantías que protegen a quienes son víctimas de estas prácticas.
Requisas policiales sin orden, detenciones por averiguaciones de identidad, indiferencia, maltrato y destrato policial. Corrupción. Situaciones como éstas lesionan el derecho a la intimidad, a la presunción de inocencia, a la libertad de tránsito. Y no afectan sólo a quienes las padecen, sino a toda la Sociedad.
Porque la impunidad que rodea estos casos -que se repiten sistemáticamente-, permite la construcción de fuerzas de seguridad que se parecen y vinculan con quienes cometen los crímenes que debieran evitar: la impunidad de estas prácticas es la otra cara de la moneda de la corrupción que tanto denunciamos.
Hoy en Código de Radio vamos a hablar de los derechos y garantías que tenemos frente al accionar de las fuerzas policiales, y del sistema penal. Porque no son, como dicen quienes promueven el odio y la venganza, “los derechos de los delincuentes”, sino que su vigencia representa, por el contrario, uno de los requisitos imprescindibles para construir, para siempre, una Sociedad verdaderamente libre, justa y democrática.
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